Oslo, 21 de junio de 2023
Querida Pierina,
Escribo esta carta en las primeras horas de este solsticio de junio, mientras el sol inicia su excursión más larga. Sé las circunstancias y emociones complejas de duelo que te atravesaron el último solsticio de diciembre. No es algo que haya planeado, pero imagino esta coincidencia de fechas como un tunel a través del movimiento del sol. De acuerdo a donde nos ubiquemos geográficamente, los solsticios son la noche o el día más largos del año. Esos son también los dos momentos en que la Tierra tiene un efecto máximo de inclinación de su eje de rotación. Si bien la fuerza de la gravedad hace que nuestros cuerpos no perciban estos movimientos, es mirando las estrellas que realmente podemos entender lo que está ocurriendo aquí abajo.
Intuyo que es por esa razón que tus obras más recientes han optado por abrazar la despedida en forma de exploraciones siderales. Me pongo a contar todas las estrellas que has creado, Pierina. Algunas aparecen como tatuajes en la piel de las cerámicas, otras como destellos que habitan los cuerpos o aglomeraciones que parecen cielos superpuestos. Las veo proliferar y pienso en las constelaciones que los antiguos astrónomos usaban como herramientas de navegación. Me siento invitado a moverme por ese mapa hechizado de cuerpos-estrellas. ¿Son los destellos de quienes hemos amado, de quienes nos han acompañado, y cuyas energías viven como guardianes solo visibles en la oscuridad?
Mientras los rayos del solsticio asoman con intensidad en el cielo, me dedico a observar con detenimiento tus grabados y cerámicas. Intento tocarlas con los ojos como si pudiera deshacer la distancia física que nos separa. Reconozco en ellas algunos signos que han poblado tu obra anterior, como siluetas de objetos domésticos y numerosos rostros/máscaras, pero una energía distinta se asoma en este nuevo conjunto; estos personajes vienen de otro lugar, quizás porque tú eres también una persona distinta. De hecho, la primera sensación que tuve ante tus grabados era que estaba ante las manifestaciones de un oráculo. ¿Qué preguntarle?
Tus conjuntos de pequeñas ofrendas en cerámica me remiten a los ajuares funerarios de tiempos precolombinos colocados en las tumbas para acompañar la trascendencia de los cuerpos. Para muchas culturas precoloniales, los muertos tenían una agencia activa en las dinámicas sociales. El acto de morir ocupaba un lugar vital en tanto momento regenerativo del equilibrio cósmico, algo que ha sido hoy desplazado por la modernización occidental y el incesante culto al presente. Haber perdido el entrelazamiento entre seres humanos, territorio y fuerzas espirituales tiene las consecuencias que vemos en este planeta en extinción. Como si fueran inscripciones antiguas, muchas de tus imágenes parecen hurgar en las huellas de ese entrelazamiento extraviado, como aquel grabado de dos siluetas casi-(no)-humanas titulada Montaña, lluvia y estrellas, o aquella otra titulada Pájaro montaña (ser aire y roca). Las veo como testimonios de una fertilidad primordial, de la energía regeneradora de la tierra a pesar de nosotros los humanos.
Mientras escribo, el sol sigue su desplazamiento en el cielo y las sombras en mi habitación cambian de forma. Aunque eventualmente se oculte, este seguirá presente irradiando su fuerza y afectando la gravedad de nuestros cuerpos. Esas presencias que escapan a nuestros ojos son quizás siempre las más importantes. Trato de ver al sol de frente pero los rayos son demasiado intensos para sostener la mirada. Me quedo entonces observando una de tus cerámicas celestes, una concavidad delicada que nos recuerda que aunque no lo sepamos estamos siempre sosteniendo el cielo con las manos.
Miguel A. López